Las contradicciones están prohibidas en la realidad.
¡Si te comes la tarta, ya no la tienes!




sábado, 23 de febrero de 2008

Cuestión del límite, (III): El derecho de propiedad


El derecho a la propiedad no es una convención. No es un fideicomiso. No es la expresión de la cortesía de la gente que te deja seguir teniendo un uso exclusivo sobre algunas entidades. Estas comunes concepciones de la propiedad son las que posibilitan que el mal triunfe sobre el bien: porque los hombres buenos transigen con los malvados, cediendo y admitiendo que lo que lo tienen, lo tienen por convenio y no por la gracia de su espíritu, los hombres malos avanzan a placer en su conquista de las mentes auto-debilitadas de la gente decente. El derecho de propiedad, hay que decir, es una concomitancia metafísica del poder natural de pensar y de actuar conforme a lo pensado. Porque tengo derecho a pensar, yo decido el uso que doy a mis ideas.

Es muy común el rechazo del derecho a la propiedad de las ideas porque es posible la posesión simultánea por varios individuos de la idea de uno solo de ellos. Aquí es donde entra en juego el enunciado: el derecho a la propiedad no es una convención. No es una convención por la que distribuir los diversos bienes y recursos materiales. Si el hombre -esto es: el sujeto inteligente, la mente humana- es propietario de su cuerpo, lo es por la facultad natural por la que el alma, con su potencia motriz, genera el movimiento de sus músculos. ¿No es el hombre propietario de lo que genera su poder intelectivo?

También entre los iusnaturalistas hay, con frecuencia, rechazo a la propiedad de las ideas. Albert Esplugas expone claramente que el derecho de propiedad de las ideas implica legitimidad de la agresión contra quien emplea sus propiedades materiales para reproducir las ideas de otra persona. Así es. Que tal consecuencia suponga una violación del derecho de propiedad de lo material es precisamente lo que yo, al menos, niego: el derecho de propiedad de lo material se sigue del derecho de propiedad del producto de la mente, y no a contrario sensu. Incluso el derecho sobre el propio cuerpo se debe a esa generación espiritual que hace posible el movimiento. El tema complicado es el de la represalia a quien utiliza ideas de otro -si es necesario que el creador especifique explícitamente sus condiciones, cómo se puede probar la culpabilidad, si la responsabilidad de utilizar la idea de otro recae sobre el mismo usuario o si este es exculpado por su desconocimiento o por su ausencia de ánimo de delinquir, etc.

En cuanto a las entidades materiales, o estas tienen, por su historia, un propietario, o no lo tienen. El primer propietario de una entidad es quien inventa una idea para beneficiarse de esa entidad. Un objeto que no tiene un propietario pasa a tenerlo cuando a alguien lo descubre y se le ocurre que puede beneficiarse de él, e inventa cómo lo hará. El segundo propietario es el hombre a quien le es transferida la entidad en unas condiciones que debe aceptar. El beneficio mutuo no es una condición ni es una consecuencia necesaria -solamente es condición el consentimiento. Un hombre puede equivocarse en su valoración de las cosas y juzgar que una determinada mercancía tiene más o menos valor del que debería darle de acuerdo a un criterio objetivo. Ya que ha elegido obrar conforme al error, el error es responsabilidad suya.

Cuestión del límite, (II): La naturaleza de la coerción

Todo empleo inicial de la coerción contra personas es inmoral, por las mismas razones por las que al romper un vaso se derrama el líquido. Habiendo rechazado el relativismo, diremos que el hombre puede -y debe- llegar a certezas en cuanto a la naturaleza del bien y el mal, i.e., puede conocer las verdaderas reglas morales. Cuando un hombre actúa moralmente, ha podido actuar de otra forma -las acciones involuntarias no tienen valor moral-, por lo que la libertad es condición metafísica -esto es: requerida por la existencia de- la moral. El hombre tiene naturalmente, como concordancia de su intelecto volitivo, un espectro de posibilidades para actuar de acuerdo a unos límites objetivos, es decir: no convencionales, no por decreto, no arbitrarios, no por deseo, sino dados por gracia de la realidad, la razón y la ley moral. A toda aquella negación por un hombre, parcial o total, de la libertad que otro hombre tiene objetivamente llamo coerción. Si hay coerción, entonces no hay libertad. Si no hay libertad, entonces no hay valor moral en la acción del hombre. La proliferación del vicio en la sociedad actual es, probablemente -no seguramente, puesto que el hombre no tiene por qué actuar como yo espero de él, aunque el marco sea el deseado por mí-, debida al alto grado de coerción impune sobre la mente del hombre. Están rompiendo el vaso.

Abórdese la cuestión sobre los límites objetivos de toda acción: cuáles son esos límites. Estos se clasifican en: (a) infranqueables por la voluntad del individuo, y (b) franqueables, pero cuya transgresión constituye coerción -no puede existir, por ser contradictoria, tal cosa como la libertad de negar la libertad a otro hombre.

Los límites infranqueables se siguen del límite fundamental es la realidad: la naturaleza del hombre, la naturaleza de las cosas y las leyes de la existencia o principios metafísicos. Esto es: no puedes comerte una manzana si no hay una manzana; si la hay, no puedes comértela dos veces; si la hay y la destruyes, a partir de entonces ya no la hay; si la hay pero no tienes medios para comértela -dientes, brazos, otra persona, etc.-, no puedes comértela.

Pero dado que el límite de la realidad no es un límite a la libertad -la libertad no se refiere a más acciones que las objetivamente realizables-, toda restricción de la libertad humana se debe a un acto agresivo, a un desobedecimiento a la ley moral. Preguntar qué actos implican, pues, coerción, es preguntar qué actos niegan la libertad de un hombre.

El caso más evidente de coerción es el acto de agredir físicamente a una persona sin su consentimiento -en caso contrario, quien elige es responsable de su elección, aunque esta elección signifique admitir una agresión. Que el hombre tiene derecho a su propio cuerpo puede expresarse en términos de propiedad: el sujeto inteligente es, naturalmente, propietario de su cuerpo. Esto significa: sin su consentimiento, nadie más que él puede disponer de su cuerpo. Es impreciso decir, como R. Nozick o M.N. Rothbard, que el hombre es self-owner, y es, interpretado literalmente, antirrealista: el propietario es propiedad, el sujeto es objeto. La epistemología realista demanda un dualismo sujeto-objeto, en tanto que este existe independientemente de aquel; el sujeto es la mente, y el cuerpo es aquel objeto que forma una integridad -inseparable- junto con la mente. Lo correcto será decir, pues, que la mente es propietaria del cuerpo. Cada mente posee un poder natural sobre un determinado cuerpo, poder de dirigir sus estructuras físicas, de gobernarlas, pero ese poder está limitado por el propio cuerpo. La mente domina el cuerpo de acuerdo a lo que Aristóteles llamaba potencia motriz, una de las cinco potencias del alma. Ni el cuerpo es propietario, ni la mente es propiedad. La mente es propietaria del cuerpo por el dominio natural que tiene sobre él.

La ley moral establece que el hombre posee derecho a la propiedad privada. Es coercitivo todo aquel acto mediante el cual un hombre dispone de la propiedad de otro hombre sin su consentimiento. Esto no es una cosa distinta de definir el concepto de propiedad.

No solamente de la materia es propietaria la mente. El alma no es solamente potencia motriz; también es intelecto; no es solamente intelecto pasivo, el cual integra imágenes en percepciones, sino también intelecto activo; el intelecto activo no solamente forma conceptos, sino también juicios indispensables para la realización de los propósitos morales del ser humano; algunos de estos juicios, agrupados, constituyen ideas nuevas, propias, una colonización de una parte del inteligible Universo, la llegada del espíritu a un encuentro exclusivo con una entidad. El hombre, para su propia felicidad, necesita disponer no solamente de su cuerpo, por su natural potencia motriz, sino también de sus ideas, por su natural potencia intelectiva. El hombre posee derecho a lo que su mente genere, es decir, a sus ideas. Y al producto de las mismas.

El comercio es la actividad por excelencia para obtener propiedades legítimamente, de forma no agresiva. Una relación entre dos comerciantes es de naturaleza opuesta a la relación entre el esclavo y su amo. En un intercambio, no es condición necesaria para su licitud que sea equitativo, ni que los comerciantes partieran en igualdad de oportunidades, ni siquiera que ambas partes obtengan valor. Es necesario, sencillamente, que haya consentimiento mutuo. Recuérdese: el principio ético de los derechos de los individuos es la única condición moralmente, objetivamente requerida para la convivencia. La igualdad de derechos se sigue del concepto mismo de derecho. No puede existir objetivamente un derecho a lo que no está implicado por la naturaleza del hombre; tal cosa existirá, en todo caso, como atribución y no como derecho. El mutuo consentimiento es la única condición requerida para el comercio, las herencias, las donaciones, los contratos, etc., en cuanto a la legitimidad de la propiedad que resulta de tales.

Cada persona es un fin en sí mismo, y esto tiene implicaciones al respecto de su propiedad. Tomar la propiedad privada de una persona inocente sin su consentimiento -mediante la fuerza, la amenaza o el fraude- es inmoral y, además, agresivo, por lo que es punible. Todo inicio de la coerción debe ser castigado, desde el homicido hasta la menor extorsión. Incumplir un contrato implica también agresión: se mantiene el valor tomado sin la condición de consentimiento, ya que el contrato es la expresión de dicho consentimiento. El fraude, la amenaza o la calumnia constituyen otras formas violentas de tomar valor.

lunes, 18 de febrero de 2008

Cuestión del límite, I: Los derechos del individuo

Los conceptos del bien y del mal no son arbitrarios, sino objetivos. Cada hombre puede determinar su verdadera naturaleza y dirigir sus actos para lograr la mayor felicidad posible. Negar la objetividad del bien y del mal implica despojar al hombre de una pauta para conocer las vías válidas de conducta, para saber qué tiene que hacer para ser auténticamente feliz. El hombre debe pensar antes de actuar, y debe valorar cada posibilidad que esté a su alcance de acuerdo con un criterio objetivo.

No hay valor sin alternativa. Obrar moralmente implica haber podido elegir obrar inmoralmente. Supón que, mediante un acto reflejo totalmente involuntario, desvías con la mano una cuchilla dirigida a tu corazón. Has salvado tu vida, pero no has elegido salvarla. No has obrado moral ni inmoralmente. Lo mismo puede decirse de salvar la vida del otro: imagina que vas conduciendo por una carretera y, de repente, salta un niño. Instintivamente, pisas el freno. Pero si no has elegido pisarlo, tu acto no tiene valor moral.

La degradación moral de muchos hombres ha llegado a la escandalosa consideración según la cual frenar el coche voluntariamente, elegir frenar el coche, tampoco es bueno si lo haces por tu propio bien -por evitar una sanción, por ejemplo- y no por el del niño. Verdaderamente, un acto elegido frente a la posibilidad de no hacerlo es una cuestión moral -es bueno o es malo.

Para convivir, los hombres, en principio, no necesitan que los demás hombres sean virtuosos. Siendo virtuoso, serás feliz tarde o temprano, y no te importe lo que hagan o piensen los demás más que en cuanto de ellos dependa objetivamente tu felicidad. Si tu hermano es vicioso, es a él mismo a quien se está dañando, no a ti. Lamenta la depravación del otro tanto como le ames -y no estás obligado moralmente a amar a nadie más que a ti mismo-, pero no te consideres insultado por ella. Pues quien se siente agredido por el vicio del otro es otro vicioso: alguien que, engañosamente, se adjudica más daño del que objetivamente ha recibido.

Por esto es tan perniciosa la legislación anti-vicio: prohibiendo el vicio se imposibilita la virtud, porque suprimir alternativas es suprimir los valores de los hombres, hacer imposible la corrección en su valoración. Más evidentemente perniciosa es la legislación anti-virtud, que es aún mayor. Si hay algo que la muchedumbre no perdona, parece que es la excelencia.

Para convivir, más bien, los hombres deben aceptar el principio ético de que los individuos tienen derechos. Cada individuo debe ver respetada su esfera privada siempre y cuando no agreda contra la esfera privada de los otros.

El pueblo es un conjunto de hombres, cada uno de los cuales es capaz de valorar y de discutir. Sin embargo, no existe un pensamiento de la sociedad o una conciencia de la sociedad en sí, puesto que la naturaleza finita del alma tiene el límite en el propio individuo; los ciudadanos pueden pensar sus distintos individuos y, a lo sumo, pueden coincidir en muchos aspectos. No puede existir una norma pensada por el pueblo como tal, más que como pensada por algunos individuos y sancionada por algunos o todos los individuos. No puede existir tal cosa como derechos de los pueblos.

Dado que las normas universales son, solucionando, datos metafísicos y no históricos, dadas objetivamente por gracia de la naturaleza del hombre y no inventadas arbitrariamente –no serían universales-, y que la Ética es la base del Derecho, el Derecho supone que el hombre valora individualmente y no tiene la responsabilidad de mantener la vida, el empleo o la salud de aquellas personas a las que no valora. No existe tal cosa como derechos sociales.

La igualdad de los derechos está implícita en el concepto de derecho. Si los derechos son normas universales, normas que se aplican a todos los seres humanos en base a los datos que tienen en común por el hecho real, objetivo, de ser humanos, estas normas son las mismas para todos los sujetos jurídicos –humanos. La igualdad de derechos no es una ficción establecida a conveniencia de cara a un fin colectivo sino la concomitancia metafísica de un código normativo universal. Nadie tiene derechos que no tenga otro. No existe tal cosa como derechos del consumidor o derechos del trabajador.

El hombre necesita un código de valores por las características de su conocimiento, imprescindible para vivir. Hablamos de conceptos. La distinción entre el bien y el mal es conceptual -y objetiva. Para su supervivencia, el hombre necesita valorar, relacionar conceptos con los conceptos del bien y el mal. Todo hombre conoce conceptualizando -la facultad es la razón. Por eso necesita un código de normas, por eso necesita el Derecho. Estos son los únicos derechos que existen: los derechos del hombre, o, dicho de otra forma, los derechos de los individuos.

El hombre está naturalmente dotado de albedrío. La libertad consiste en la posibilidad de elegir entre las opciones dadas al alcance del sujeto, con posibles límites objetivos. Para obrar moralmente, el hombre valora cada posible acción suya frente a una alternativa. No pueden inventarse alternativas de la nada. Un hombre puede elegir entre un elenco limitado de opciones. No basta el deseo o el capricho para aparezca entre los cielos un camino a la felicidad. Si ante ti tienes un vaso de vino, puedes elegir bebértelo o no bebértelo, pero no puedes transmutarlo en zumo de naranja ni puedes al mismo tiempo bebértelo y no bebértelo. Una cosa o la otra. Considerar y valorar todas las opciones mediante un criterio válido es imprescindible para pronunciar un juicio moral válido. La realidad objetiva no es un freno a la libertad. Sí lo es la acción arbitraria de otros hombres contra la esfera privada del hombre.

La destrucción artificial de una o varias de las alternativas reales de un hombre, su obligación a optar por algo determinado, la negación de su elección libre entre las opciones que virtualmente tiene, en suma, la limitación forzada de las posibilidades objetivas del hombre se denomina coerción. La coerción es malvada porque la libertad es condición metafísica de toda evaluación moral. La coerción es la limitación forzosa de lo que el hombre tiene por derecho.

Pero ¿cuáles actos implican coerción? Hay quien considera inmoral la jerarquía económica y el capitalismo, quien considera inmoral utilizar la fuerza contra quien fuma en un bar donde el propietario ha prohibido fumar, y hay quien no considera agresiva la expropiación de ideas. Los tres están equivocados y a estas disensiones responderé en otra ocasión.

Decir que, por gracia de su naturaleza volitiva, sobre el hombre no debe ejercerse coerción, es decir que el hombre tiene derecho natural sobre sí mismo. La regla moral fundamental exigida para la convivencia, ignorada o muy poco respetada, es la siguiente:
no iniciarás la coerción. No es la única regla moral, pero es la única imprescindible para dar lugar a un orden social moralmente correcto. Y tiene dos consecuencias: el derecho a defenderse de las agresiones y amenazas, y el deber de agredir a cada infractor.

Como desarrollos más particulares de esta regla universal, podemos establecer las reglas: a) no matarás; b) no robarás; c) no extorsionarás; d) no cometerás fraude; e) cumplirás lo estipulado en un contrato que tú mismo has acordado; f) respetarás las reglas que otro hombre establece en su propiedad privada.

sábado, 16 de febrero de 2008

Introducción a la cuestión del límite del gobierno

En todos los Estados ha estado presente la cuestión de los correctos límites del gobierno. De dónde está la línea que separa a un gobierno justo de una banda criminal. Incluso en los totalitarismos, en los cuales el gobierno no respetaba derecho alguno, los líderes hicieron creer a los ciudadanos, mediante la propaganda, que actuaban por su bien. En la democracia, periódicamente se escucha a los partidos en la oposición, en prácticamente cualquier país democrático del mundo, decir que el gobierno hace algo que no debería hacer.

El fundamento moral de la existencia de un gobierno es este: la necesidad de combatir la violencia. En una determinada área geográfica, el gobierno es la institución que monopoliza la legitimación del uso de la fuerza. Con este poder, el gobierno ejecuta un límite a las relaciones entre hombres, particularmente a las relaciones agresor-víctima. Cuanto más limitada se encuentre la violencia en una sociedad, más posible será la cooperación espontánea. Mediante esta cooperación, un individuo obtiene más valor para su propia felicidad que lo que obtendría sin relacionarse con otros hombres. Si vivir alejado de los demás hombres supusiera, en todas las etapas de la vida, una mayor felicidad que la convivencia, esta sería inmoral.

En una clasificación primaria, todo gobierno cuya existencia no supone una limitación de la violencia no es, objetivamente, distinto de una pandilla de criminales.

La convivencia sin límites morales es la negación absoluta del derecho del hombre a la búsqueda de su felicidad, derecho que el hombre posee no por la divinidad, ni por la historia, ni por los decretos, sino por la gracia natural de su vida como hombre. La función propia del gobierno es hacer valer esas barreras. Si él mismo va más allá de ellas, hablamos de un gobierno ilegítimo.

Los límites morales de un gobierno son normalmente considerados relativos: que su validez depende de la época, de la historia de los individuos del área geográfica gobernada -¿cuántas veces hemos escuchado la cantinela relativista de que la validez de la monarquía debe juzgarse dentro del contexto histórico y cultural español, rechazando así reglas morales universales al respecto? No podría refutar el relativismo porque todo relativista negaría la evidencia de los axiomas de los que partiría en cualquier argumentación para refutarlo. A mi juicio, rechazar los más evidentes principios metafísicos es deslealtad a la verdad. Por cierto: hay que decir que abunda la confusión sobre el término relativismo. Un relativista no es un amoral. Es alguien para el cual no hay verdades objetivas o para el cual las hay pero no es posible conocerlas o expresarlas, de modo que considera que solamente pueden establecerse verdades relativas que dependen de unos presupuestos no evidentes.

El juicio todo vale, o su corolario el fin justifica los medios, es la negación de todo límite moral. Esto no es relativismo sino algo peor: amoralismo. La depravación llega a su summum cuando todos los actos buenos -la producción, la especulación económica, la ayuda a un país que está siendo atacado por fuerzas malvadas y que no se basta para defenderse- dejan de considerarse justos por el hecho de tener un fin egoísta, tal como recibir bienes; mientras, los más perversos crímenes -por antonomasia, el sacrificio de una minoría- parecen justificados por la intención altruista de quien los perpetra. Este es el más terrible fraude moral de la historia.

Creer en la posibilidad de la bondad de un fin y negar la posibilidad de la maldad per se de un medio es una contradicción. Una cosa y la otra. Pensemos en un buen fin: la felicidad de la humanidad. ¿Pueden estar justificados, entonces, aquellos medios cuya consecuencia sea contraria a la felicidad de la humanidad? Sería deshonesto responder que la consecuencia del medio no se sigue del medio, como si al soltar una piedra el hecho de que caiga fuera un accidente imprevisible y sin causa necesaria. Y cuando buscan la causa de su fracaso, los totalitarios la creen encontrar en la naturaleza del hombre. Por egoísta. Por no querer sacrificarse suficientemente.

Potencia de volición y de entendimiento. Tal es la naturaleza metafísica del hombre. Más lo que de ellas se sigue. Respecto a su constitución química y a la historia, su conocimiento no es necesario para determinar reglas morales universales. Un ejemplo: Tomar cianuro de potasio implica suicidio, A=>B. Para concluir que consumir cianuro es inmoral, A=>C, necesito otra premisa no basada en las ciencias naturales: suicidarme es inmoral, B=>C. La implicación de C está contenida en B y A, mientras que la implicación de B solamente lo está en A. Por lo tanto, la regla de la implicación de C es más universal.

Mucho de lo que de común hay natural en los hombres puede ser rechazado por una elección correcta o incorrecta. El hombre, sin traspasar límites naturales incontestables, se hace a sí mismo.

El hombre tiene la facultad de elegir una cosa o la otra. Si se encuentra en algún grado predispuesto a la virtud o al vicio, no lo sé. En qué grado, ni idea. Si hay una cierta predisposición al bien o al mal dependiendo del material genético, lo ignoro. Si su acción está condicionada por el medio y cómo lo está, no es cuestión que merezca mi atención. En todo caso, su elección puede estar condicionada pero no determinada. La biología del cerebro puede informarnos de qué es agradable a los sentidos pero no de qué es objetivamente bueno. Sé esto: cada niño que viene al mundo podrá llegar a ser, según sus propias elecciones, el más admirable héroe o el peor de los villanos. Más allá del grado en que sus elecciones están condicionadas, dichas elecciones, en ausencia de coerción, le son propias. Pues mientras la piedra que suelto no puede elegir no caerse y un hombre no puede elegir no morirse cuando le atraviesan el corazón -ni elegir nada-, la mente humana tiene, por un hecho metafísico, un importante campo de elección, un poder sobre ciertas estructuras materiales. Y de lo que elige un hombre es responsable él mismo.

La otra cosa de la cual estoy seguro es: este mundo, en su totalidad, puede ser conocido por el hombre. No de un modo directo, mágico. Pero puede ser conocido. La vida del hombre no es suficientemente larga para abarcar el Universo en su mente, y sus sentidos, imprescindibles para conocer, también son limitados. Además, su memoria no es infalible. Pero el límite de la experiencia no impide al hombre ser feliz. No es necesario conocerlo todo para ello. El hombre -esto es lo que importa- puede conocer verdades y expresarlas a sus hermanos. Verdades éticas, verdades en cuanto a las entidades y verdades en cuanto a las leyes de la naturaleza.

Pienso que hay una sola cosa que no puede conocer con exactitud un hombre: la elección de su hermano, pues la mente del hombre no es de la naturaleza de los cuerpos sujetos a leyes físicas. Es propio de los colectivistas la presunción de prever las elecciones de los seres humanos en un marco dado, ¡como si la elección del hombre no dependiera en último término de él mismo!

Mi tesis es: hay, objetivamente, reglas morales.

No hay diferencia metafísica alguna entre las potencias intelectivas de los distintos hombres -en oposición, pues, a Platón. No la hay, ya que todos los seres de una categoría tienen una cierta naturaleza común. Por lo tanto, todos los hombres están sujetos a dichas reglas morales. Dado que la naturaleza del hombre es volitiva e intelectiva, los límites morales universales del gobierno no entran en el campo de las ciencias naturales ni de las sociales, ya que el hombre puede elegir no ser como se espera que sea. Las normas fundadas en datos particulares no pueden ser universales. Sin metafísica no puede sostenerse ética alguna. Desarrollaré esta cuestión en artículos posteriores.

jueves, 14 de febrero de 2008

Dejad que se extingan los pandas de una vez


Uno se alegra de que los ecologistas no hayan existido hace 65 millones de años para evitar la extinción de los dinosaurios. El suceso que propició dicha extinción supuso, parece ser, un punto crítico en la evolución de las especies. Gracias a ello, la evolución pudo tomar otro camino que desembocaría en el más perfecto de los géneros, el cual no sólo es diferente de los demás en grado sino además en calidad: el hombre.

No doy por hecho que la teoría de la evolución sea de por sí suficiente para explicar el origen de todas las especies y particularmente del hombre. Pero la selección natural ha de considerarse un hecho; el conocimiento necesita certezas y hay demasiadas evidencias para negarla. Diremos que explica, al menos, el origen físico, químico, las estructuras orgánicas de los seres vivos.

Tampoco estaban los ecolectivistas cuando se extinguieron los mammuts, los tigres dientes de sable o los osos de las cavernas. Ni hicieron falta. En la naturaleza, las especies que no se adaptan al medio mueren. El hombre, siendo la más perfecta forma de vida en la Tierra, adapta el medio para su felicidad. En palabras de Ayn Rand:

La diferencia entre los animales y los humanos es que los animales se cambian a sí mismos para adaptarse al medio, mientras que los humanos cambian el medio para adaptarlo a ellos mismos.
Sí, necesitan adaptarse. Ya sea cambiando su alimentación, ya sea desarrollando nuevos medios de caza y recolección, ya sea adaptándose a la competencia con otras especies, ya sea aumentando su prole. El bambú es cada vez más escaso y el panda gigante lo necesita para vivir. Además, sus mecanismos para la reprocucción no son suficientemente exitosos: baja frecuencia de apareamiento, alto periodo de ovulación de las hembras y un periodo de gestación de unos cinco meses. Tampoco lo son sus mecanismos de absorción de nutrientes, por lo que necesitan mucho alimento al día, unos 12 kg de bambú como mínimo -pueden consumir hasta 40 kg al día. Sería una extinción más en el proceso de selección natural. Sin embargo, se está actuando contra naturam, reservando bambú para esos seres inferiores y despilfarrando dinero en reservas y protecciones.

Adaptarse o morir. Una cosa o la otra. Adaptarse incluye adaptarse a la acción del hombre. Adaptarse a que nosotros, por nuestra felicidad, arrasemos bosques. Nosotros no nos adaptaremos a sus necesidades, nosotros adaptaremos el mundo a las nuestras.

Cuando se trata el problema de la extinción de una determinada especie, hay dos formas de abordarlo.

  • La mística y ecolectivista: Hay que preservar la especie porque sí. ¿Argumentos? Nada más que una serie de juicios morales insostenibles. Que el hombre es el culpable y el hombre debe arreglarlo. ¿Culpable de qué? De buscar su propio bien, de mejorar el mundo. Someter los juicios y las premisas a revisión es un deber moral, ya que necesitas verdades para vivir, y para acertar en el descubrimiento de la verdad debes antes asumir que puedes fallar. Errar es humano, pero persistir en el error es diabólico. Esto, persistir en el error, persistir en la negación de revisar los propios juicios por meros sentimientos de compasión, es vicio intelectual y el origen de todo vicio, desprecio hacia uno mismo y pretensión de corromper las mentes de los demás. Si persistes en la afirmación de que dejar que una especie se extinga es cruel -evitando revisar tus premisas por la sensación desagradable que te podría producir asumir que son falsas-, siendo el único motivo tu sentir compasivo, estarás rechazando pensar, rechazando conocer la verdad, rechazando obrar moralmente: estarás cerrando los ojos a la realidad.
  • La sensata: Hay que valorar, id est, discriminar. Hay que preguntarse: ¿qué otros organismos dependen para su supervivencia de la pervivencia de la especie en peligro de extinción? Dicho de otro modo: ¿qué otras especies se alimentan exclusivamente del material de la especie en peligro de extinción? Y además: ¿cómo afecta al hombre y a la civilización la extinción de dicha especie?
Algunos ecologistas estudian el impacto que determinadas prácticas tendrían para la civilización. Pero el movimiento ecologista, ecolectivista, se sostiene sobre arenas movedizas -se sostiene sobre un sentimiento. Tendría sentido hacer campaña para evitar la extinción de una especie si tal extinción supusiera un fuerte impacto en el medio ambiente con consecuencias negativas para el hombre. No tiene sentido gastar energías y dinero en aras a preservar una especie que no es vital para ninguna otra especie. Se obra así como si los animales tuvieran derechos. No: los animales no tienen ni pueden tener derechos. Los derechos del hombre -no hay otros- se deben a un hecho metafísico que lo diferencia de las demás especies: su conciencia es volitiva. Alma, espíritu, ego, etc., como se quiera llamar. El hombre se hace a sí mismo, elige qué hacer, cambia lo que puede cambiar sin violar las leyes de la naturaleza; piensa, observa la realidad y dialoga para llegar a reglas morales verdaderas. Los animales no pueden elegir entre hacer el bien o hacer el mal, ni discutir sobre moral y ética, y, por lo tanto, no son ni podrán ser sujetos jurídicos.

¿Se puede hablar, acaso, de obligaciones de los hombres hacia los animales? No más obligaciones que hacia los minerales, los vegetales o a los gases: sola y exclusivamente en el grado en que se vea afectada la felicidad del hombre. Esto es: en tanto nos sirvan para la supervivencia, la alimentación, la recreación, la investigación científica, la prueba de armas, la acumulación de conocimiento, la cosmética, la ropa, etc.

El hombre no necesita para ser feliz que los pandas gigantes sigan viviendo. Al contrario, el hombre debe explotar el mundo, modificarlo para su propia felicidad... y esto puede implicar hacerse con todo el bambú que queda. Deben abolirse las leyes de protección de seres viles, deben ser respetadas las leyes de la naturaleza y debe dejarse de gastar dinero en la preservación del medio ambiente. El hombre no debe preservar el medio sino mejorarlo de acuerdo a su demanda. Dejad que los pandas gigantes se mueran de una vez.

El ecolectivismo es un obstáculo en el camino del hombre en la búsqueda de su felicidad. Salvad la Tierra... de los ecolectivistas.


miércoles, 13 de febrero de 2008

El problema de los universales


Uno de los problemas filosóficos más importantes en la Historia es, especialmente en la Edad Media, el problema de los universales. Los universales son entidades abstractas, a saber: silla -pero no una silla en concreto-, pequeño -pero no algo pequeño en concreto-, etc. El problema es: estas entidades... ¿existen solamente en la mente o existen por sí mismos, anteriores a su aprehensión por la mente? ¿Realidad... o meramente lenguaje? Si son reales, ¿se dan en las cosas sensibles o independientemente de ellas? La dicotomía a debate era realismo-nominalismo.

Los realistas, postura predominante en Europa durante buena parte de la Edad Media, juzgaban, como Platón -realismo extremo-, que el conocimiento es conocimiento de universales reales inteligibles, que los universales existen fuera de la mente humana. El universal árbol existe antes que cualquier árbol o, al menos, no posteriormente a la existencia de un árbol particular. Cuando percibo un árbol, puedo aprehender, de un modo u otro, la esencia inmutable del árbol; ya sea por reminiscencia, fortuita o divinamente porque lo sensible se halla separado de lo inteligible -Platón-; ya por observación y entendimiento porque lo inteligible se halla en los objetos sensibles -Aristóteles.

Los nominalistas negaban la existencia objetiva de los universales y los reducían a abstracciones arbitrarias, a series de imágenes, a palabras -o a su significado convencional- sin necesaria correspondencia con la realidad objetiva. En la naturaleza solamente existen cosas singulares. Cuando profiero la palabra mesa no expreso más, según el nominalismo, que un conjunto de impresiones mías. Los conceptualistas, por otro lado, admitían la existencia de conceptos -no meras palabras-, pero, según ellos, por su mera existencia en el alma no habría de seguirse que se correspondieran con la realidad en cosa alguna. Son abstracciones de mi mente a partir de impresiones. Esta tesis fue altamente influyente en filosofías posteriores, y muy especialmente en el empirismo y en el positivismo -también en la ciencia moderna.

Desde el Renacimiento, el problema de los universales perdió importancia en las discusiones filosóficas. También por parte de los realistas modernos. A mi juicio, esto no se debe a un carácter trivial del problema de los universales sino a la elección general de una determinada respuesta implícita en cada filosofía, exceptuando aquellas que, por su carácter totalmente antimetafísico, han excluido de su proceder toda cuestión metafísica.

Ayn Rand (1905-1982) propondrá una nueva solución, con la ambición de ser definitiva, al problema de los universales. Según ella, los realistas definieron los universales como intrínsecos a las cosas -o bien anteriores a ellas, lo que Rand rechazaba con más fuerza-, y los nominalistas cortaron la implicación pensamiento-realidad.

Frente a los conceptos como entidades intrínsecas y frente a su concepción como abstracciones arbitrarias, Rand los define como objetivos pero no intrínsecos. Esto es:
  1. El conocimiento humano consta de conceptos.
  2. La mente forma conceptos -no vienen dados- al integrar -mediante la razón- los datos de los sentidos, en contacto con la realidad externa a la mente.
  3. Esta integración no es arbitraria sino que está referida por la realidad. La razón no es un martillo que golpea al azar, sino un selector certero de lo objetivo.
  4. Integrar supone discriminar. No puedo tener el concepto de rojo si todo en el mundo es rojo -obviamente, tampoco si todo en el mundo es verde. El conocimiento requiere percepciones de cosas similares y de cosas distintas.
  5. El hombre no tiene innatamente ningún conocimiento de la realidad objetiva, pero en todo conocimiento están implícitos ciertos axiomas, también objetivos -principios metafísicos. Todo lo que hay en la mente tiene su referente en la realidad.

Espero haberlo expuesto de forma aceptable.

A mi juicio, Ayn Rand rechaza el realismo absoluto pero opta por un cierto tipo de realismo. Habría que discutir si la respuesta de Ayn Rand es realmente novedosa, lo que niega Scott Ryan. Pero el haber pensado y expuesto una filosofía consistente en metafísica, epistemología, ética, política y estética, una filosofía desarrollada en torno a la idea de realidad objetiva, justifica que el nombre de esta filosofía tenga una sola palabra: Objetivismo. Esta filosofía es el individualismo más certero y honesto que un espíritu ha concebido.