En todos los Estados ha estado presente la cuestión de los correctos límites del gobierno. De dónde está la línea que separa a un gobierno justo de una banda criminal. Incluso en los totalitarismos, en los cuales el gobierno no respetaba derecho alguno, los líderes hicieron creer a los ciudadanos, mediante la propaganda, que actuaban por su bien.
En una clasificación primaria, todo gobierno cuya existencia no supone una limitación de la violencia no es, objetivamente, distinto de una pandilla de criminales.
Los límites morales de un gobierno son normalmente considerados relativos: que su validez depende de la época, de la historia de los individuos del área geográfica gobernada -¿cuántas veces hemos escuchado la cantinela relativista de que la validez de la monarquía debe juzgarse dentro del contexto histórico y cultural español, rechazando así reglas morales universales al respecto? No podría refutar el relativismo porque todo relativista negaría la evidencia de los axiomas de los que partiría en cualquier argumentación para refutarlo. A mi juicio, rechazar los más evidentes principios metafísicos es deslealtad a la verdad. Por cierto: hay que decir que abunda la confusión sobre el término relativismo. Un relativista no es un amoral. Es alguien para el cual no hay verdades objetivas o para el cual las hay pero no es posible conocerlas o expresarlas, de modo que considera que solamente pueden establecerse verdades relativas que dependen de unos presupuestos no evidentes.
El juicio todo vale, o su corolario el fin justifica los medios, es la negación de todo límite moral. Esto no es relativismo sino algo peor: amoralismo. La depravación llega a su summum cuando todos los actos buenos -la producción, la especulación económica, la ayuda a un país que está siendo atacado por fuerzas malvadas y que no se basta para defenderse- dejan de considerarse justos por el hecho de tener un fin egoísta, tal como recibir bienes; mientras, los más perversos crímenes -por antonomasia, el sacrificio de una minoría- parecen justificados por la intención altruista de quien los perpetra. Este es el más terrible fraude moral de la historia.
Potencia de volición y de entendimiento.
El hombre tiene la facultad de elegir una cosa o la otra. Si se encuentra en algún grado predispuesto a la virtud o al vicio, no lo sé. En qué grado, ni idea. Si hay una cierta predisposición al bien o al mal dependiendo del material genético, lo ignoro. Si su acción está condicionada por el medio y cómo lo está, no es cuestión que merezca mi atención. En todo caso, su elección puede estar condicionada pero no determinada. La biología del cerebro puede informarnos de qué es agradable a los sentidos pero no de qué es objetivamente bueno. Sé esto: cada niño que viene al mundo podrá llegar a ser, según sus propias elecciones, el más admirable héroe o el peor de los villanos. Más allá del grado en que sus elecciones están condicionadas, dichas elecciones, en ausencia de coerción, le son propias. Pues mientras la piedra que suelto no puede elegir no caerse y un hombre no puede elegir no morirse cuando le atraviesan el corazón -ni elegir nada-, la mente humana tiene, por un hecho metafísico, un importante campo de elección, un poder sobre ciertas estructuras materiales. Y de lo que elige un hombre es responsable él mismo.
La otra cosa de la cual estoy seguro es: este mundo, en su totalidad, puede ser conocido por el hombre. No de un modo directo, mágico. Pero puede ser conocido. La vida del hombre no es suficientemente larga para abarcar el Universo en su mente, y sus sentidos, imprescindibles para conocer, también son limitados. Además, su memoria no es infalible. Pero el límite de la experiencia no impide al hombre ser feliz. No es necesario conocerlo todo para ello. El hombre -esto es lo que importa- puede conocer verdades y expresarlas a sus hermanos. Verdades éticas, verdades en cuanto a las entidades y verdades en cuanto a las leyes de la naturaleza.
No hay diferencia metafísica alguna entre las potencias intelectivas de los distintos hombres -en oposición, pues, a Platón. No la hay, ya que todos los seres de una categoría tienen una cierta naturaleza común. Por lo tanto, todos los hombres están sujetos a dichas reglas morales. Dado que la naturaleza del hombre es volitiva e intelectiva, los límites morales universales del gobierno no entran en el campo de las ciencias naturales ni de las sociales, ya que el hombre puede elegir no ser como se espera que sea. Las normas fundadas en datos particulares no pueden ser universales. Sin metafísica no puede sostenerse ética alguna. Desarrollaré esta cuestión en artículos posteriores.
9 comentarios:
Mi tesis es: hay, objetivamente, reglas morales.
¿Grabadas en la cabeza de los hombres? ¿O escritas en el cielo esperando a ser leídas?
¿Y las sanciones? ¿Qué hay de los castigos para quienes no las cumplan? Si son reglas objetivas, pero resulta que no hay castigos, ¿de qué sirven?
Si vas a hablar de metafísica, sugiero que comiences con tu inventario ontológico. ¿Qué hay en el Todo? ¿Hay cuerpos materiales, almas, dioses, sustancias, ideas, qualia, estados mentales, entes o sucesos ni materiales ni espirituales...? O sea, todo lo que existe.
No creo en entidades místicas, sean estas religiosas o cientificistas. Afirmo que el Universo es inteligible. Existe lo que puedes conocer, porque eres un hombre, el ser inteligente que puede conocer la naturaleza de toda entidad, corpórea o incorpórea.
De ninguna forma pueden estar las reglas morales grabadas innatamente en la mente, ni ser inclinaciones naturales del hombre -el hombre elige-, ni ser estas ininteligibles. Son objetivas como la mesa y el plato, aunque es otro tipo de existencia, pero no menos inteligible.
Ni un solo pecado queda naturalmente impune. Es precisamente por el castigo natural por lo que podemos conocer la verdadera naturaleza del bien y del mal en los actos. La persona viciosa no puede ser feliz, porque la complacencia en el vicio es completamente opuesta a la felicidad. La auténtica felicidad es racional, la recompensa natural a la virtud. Un espíritu corrupto no tiene las mismas posibilidades de alcanzar la felicidad que un espíritu inmaculado.
Ni el realismo moral absoluto e ingenuo -aunque lo que defiendo es realismo moral, sí, pero moderado-, ni el innatismo. Todo lo dañino a la mente -por el nombrado castigo natural- es malo, esto es, la maldad es una propiedad perteneciente a ello. Dígase lo contrario de lo que sirve a la propia felicidad -obviamente, sin contradecirla, pues las contradicciones están metafísicamente prohibidas.
Sí, estás pensando que una persona puede encontrar la felicidad en algo que es objetivamente un vicio. Tal no es felicidad. Es complacencia ilusoria de un apetito inmoderado.
Se me olvidaba aclarar algo. Una agresión, además de recibir castigo natural, merece recibir castigo de los hombres con el objetivo de restituir a la víctima. No basta con el castigo natural que recibe el agresor, pues en este caso hay otras víctimas.
No creo en entidades místicas, sean estas religiosas o cientificistas. Afirmo que el Universo es inteligible. Existe lo que puedes conocer, porque eres un hombre, el ser inteligente que puede conocer la naturaleza de toda entidad, corpórea o incorpórea.
De ninguna forma pueden estar las reglas morales grabadas innatamente en la mente, ni ser inclinaciones naturales del hombre -el hombre elige-, ni ser estas ininteligibles. Son objetivas como la mesa y el plato, aunque es otro tipo de existencia, pero no menos inteligible.
Entonces, si te leí bien, lo que existe es: 1) cuerpos materiales, 2) mentes (finitas), 3) Ideas. Estas últimas están, existen, no en las mentes, sino fuera, digamos, en el Mundo de las Ideas. Las verdades morales objetivas son eso, Ideas (ni cuerpos ni mentes). Están ahí, a la vista de toda mente, o a la vista de las mentes más sabias, y éstas sólo tienen que leerlas... y comprenderlas, entender lo que significan.
Lo último es, creo, lo más problemático en tu teoría. Necesitas una teoría de la comprensión. De nada sirve que esté ahí una verdad objetiva como "La vida buena es la vida racional" si nadie la comprende. La cuestión es: ¿cómo llegan las mentes a comprender los conceptos? Platón resolvía eso (o lo resolvía a medias) postulando la preexistencia de las almas. Antes de ser incorporadas a un cuerpo humano sensible, las almas viven en el Mundo de las Ideas. Ahí contemplan las Ideas, las comprenden (automáticamente, supongo). Y cuando ya están en el mundo sensible sólo tienen que recordar lo que en su vida anterior habían conocido y comprendido. De ese modo captan el significado de los conceptos implicados en "La vida buena es la vida racional". Sin embargo, tú no admites las almas preexistentes. Las mentes nacen junto con el cuerpo (y mueren con él, supongo). No pueden recordar nada y no tienen nada innato. Su único recurso es la experiencia sensorial. Lo cual quiere decir que sus conceptos son empíricos. Y aquí está lo problemático. Porque la sola experiencia empírica nos da a conocer tan sólo casos particulares y situaciones prácticas. ¿Cómo derivamos un enunciado verdad universal del tipo de "La vida buena es..."? ¿Y cómo saber que siempre es verdadero?
Sugiero que estudies las diversas teorías meta-éticas (naturalismo, intuicionismo, emotivismo, etc). Tienen que ver con el significado de los conceptos éticos y vinculan la metafísica, la epistemología y la semántica con la ética. Una buena introducción podría ser W D Hudson, La filosofía moral contemporánea, Alianza Edit, Madrid, 1974.
¿Ya diste a conocer este blog en Red Liberal?
Las potencias intelectivas de todos los hombres son iguales. La diferencia es solamente empírica. Que las reglas morales puedan ser determinadas sólo por los más sabios es una idea que rechazo. Lo único necesario para conocerlas es aceptar principios metafísicos válidos -axiomas evidentes- y pensar de acuerdo a leyes objetivas -lógica. Dado el ejemplo del cianuro de potasio, también son necesarios datos particulares de la experiencia para concretar las reglas universales. No son nada que un Dios malvado ha puesto lejos del alcance de los mortales.
Es evidente que hay entidades incorpóreas. ¿Cuál es la masa de un universal, o de una fuerza, o de una onda, o de un pensamiento, o de un principio de vida? Pero no se hallan separadamente de lo sensible -o, al menos, no en otro mundo-, puesto que de otro modo no se podrían conocer -no hay conocimiento sin experiencia, esto es, innato, ni conocimiento sin entendimiento.
Sugiero que estudies las diversas teorías meta-éticas (naturalismo, intuicionismo, emotivismo, etc). Tienen que ver con el significado de los conceptos éticos y vinculan la metafísica, la epistemología y la semántica con la ética. Una buena introducción podría ser W D Hudson, La filosofía moral contemporánea, Alianza Edit, Madrid, 1974.
Tomo nota.
Por cierto, no me considero -ya- liberal. Lo fui desde que era menor de edad, pero no puedo denominarme con un concepto que implica ideas en contradicción.
Te pido nuevamente que hagas tu inventario ontológico, la lista de los entes o sucesos que, según tú, existen realmente. Todo indica que crees en la existencia de cuerpos materiales (donde caben fuerzas incorpóreas, pero físicas), de mentes (¿vinculadas a esos cuerpos? ¿una mente por cuerpo y un cuerpo por mente?)) y de "principios metafísicos". ¿Algo más?
Esta petición viene porque tú has dicho que los principios metafísicos no son innatos. Pero entonces ¿dónde están? Si no están en la mente de los hombres, tienen que estar o en el mundo de las ideas o en la mente de Dios. No veo otra opción.
Tal vez te parezca un sinsentido el que alguien te pregunte "¿dónde está?" un principio metafísico. Es una pregunta extraña, lo admito. Pero estamos hablando de metafísica ¿no? Y entonces es normal hacer preguntas extrañas. No pregunto por un lugar físico (ya sé que las ideas no ocupan lugar en el espacio). Mi pregunta es, más bien: ¿cómo subsisten los principios metafísicos y las ideas en general? ¿cómo es que tienen validez eterna, cómo es que 2+2 siempre son 4? ¿cómo es que no se desvanecen en la nada de repente, o cómo es que 2+2 no empieza a sumar 3? Para mí que Dios está detrás de todo esto... pero es sólo una intuición que no puedo probar.
Si ya no eres liberal ¿qué eres?
A todo esto, ¿eres filósofo o estudiante de filosofía?
Nada más, salvo por la cuestión de de dónde surge la mente del hombre, que la ciencia no ha respondido, si bien ha explicado nuestra descendencia orgánica. No sé si surgió de fuerzas físicas o de seres inmateriales primitivos.
Son principios que gobiernan todo ser del Universo, lo que de común hay en toda cosa. A saber: no contradicción, identidad, causalidad, inteligibilidad... es decir, leyes de la existencia. La mente tiene la facultad de conocer el Universo, no solamente por lo que percibes, sino también por lo que implicas racionalmente, aunque para implicar algo no percibido antes hay que percibir algo. Pues no hay tal como una cosa incognoscible, los sujetos, en el conocimiento de los objetos, implican también estos principios.
¿Dónde están? En todo lo que es. Así como la propiedad de la blancura está en todo lo blanco, los principios metafísicos están en todo. Subsisten como una propiedad esencial del Universo.
Dios es la excepción a todo principio metafísico. Todo es finito y Dios no lo es. Ninguna esencia implica existencia y la de Dios, sí. Todo está sometido a su propia naturaleza menos Dios, que es omnipotente y omnipresente. No puede existir tal cosa que viole toda ley de la existencia.
No estudio filosofía, sino ingeniería.
¿Dónde están? En todo lo que es. Así como la propiedad de la blancura está en todo lo blanco, los principios metafísicos están en todo. Subsisten como una propiedad esencial del Universo.
La blancura puede acabarse de repente (vgr, si destruimos todos los objetos blancos). ¿Al principio de causalidad no podría pasarle que de repente dejara de operar?
¿Por qué dices que el liberalismo es contradictorio?
No, porque es una propiedad de la existencia.
En cuanto al liberalismo, lo que ocurre es que, al ser algo tan amplio y tan libremente interpretado, hace referencia a tantas cosas distintas y contrarias que denominarse liberal, al menos a secas, es decir muy poco de uno mismo y deja al margen prácticamente toda la ideología propia.
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