Las contradicciones están prohibidas en la realidad.
¡Si te comes la tarta, ya no la tienes!




lunes, 18 de febrero de 2008

Cuestión del límite, I: Los derechos del individuo

Los conceptos del bien y del mal no son arbitrarios, sino objetivos. Cada hombre puede determinar su verdadera naturaleza y dirigir sus actos para lograr la mayor felicidad posible. Negar la objetividad del bien y del mal implica despojar al hombre de una pauta para conocer las vías válidas de conducta, para saber qué tiene que hacer para ser auténticamente feliz. El hombre debe pensar antes de actuar, y debe valorar cada posibilidad que esté a su alcance de acuerdo con un criterio objetivo.

No hay valor sin alternativa. Obrar moralmente implica haber podido elegir obrar inmoralmente. Supón que, mediante un acto reflejo totalmente involuntario, desvías con la mano una cuchilla dirigida a tu corazón. Has salvado tu vida, pero no has elegido salvarla. No has obrado moral ni inmoralmente. Lo mismo puede decirse de salvar la vida del otro: imagina que vas conduciendo por una carretera y, de repente, salta un niño. Instintivamente, pisas el freno. Pero si no has elegido pisarlo, tu acto no tiene valor moral.

La degradación moral de muchos hombres ha llegado a la escandalosa consideración según la cual frenar el coche voluntariamente, elegir frenar el coche, tampoco es bueno si lo haces por tu propio bien -por evitar una sanción, por ejemplo- y no por el del niño. Verdaderamente, un acto elegido frente a la posibilidad de no hacerlo es una cuestión moral -es bueno o es malo.

Para convivir, los hombres, en principio, no necesitan que los demás hombres sean virtuosos. Siendo virtuoso, serás feliz tarde o temprano, y no te importe lo que hagan o piensen los demás más que en cuanto de ellos dependa objetivamente tu felicidad. Si tu hermano es vicioso, es a él mismo a quien se está dañando, no a ti. Lamenta la depravación del otro tanto como le ames -y no estás obligado moralmente a amar a nadie más que a ti mismo-, pero no te consideres insultado por ella. Pues quien se siente agredido por el vicio del otro es otro vicioso: alguien que, engañosamente, se adjudica más daño del que objetivamente ha recibido.

Por esto es tan perniciosa la legislación anti-vicio: prohibiendo el vicio se imposibilita la virtud, porque suprimir alternativas es suprimir los valores de los hombres, hacer imposible la corrección en su valoración. Más evidentemente perniciosa es la legislación anti-virtud, que es aún mayor. Si hay algo que la muchedumbre no perdona, parece que es la excelencia.

Para convivir, más bien, los hombres deben aceptar el principio ético de que los individuos tienen derechos. Cada individuo debe ver respetada su esfera privada siempre y cuando no agreda contra la esfera privada de los otros.

El pueblo es un conjunto de hombres, cada uno de los cuales es capaz de valorar y de discutir. Sin embargo, no existe un pensamiento de la sociedad o una conciencia de la sociedad en sí, puesto que la naturaleza finita del alma tiene el límite en el propio individuo; los ciudadanos pueden pensar sus distintos individuos y, a lo sumo, pueden coincidir en muchos aspectos. No puede existir una norma pensada por el pueblo como tal, más que como pensada por algunos individuos y sancionada por algunos o todos los individuos. No puede existir tal cosa como derechos de los pueblos.

Dado que las normas universales son, solucionando, datos metafísicos y no históricos, dadas objetivamente por gracia de la naturaleza del hombre y no inventadas arbitrariamente –no serían universales-, y que la Ética es la base del Derecho, el Derecho supone que el hombre valora individualmente y no tiene la responsabilidad de mantener la vida, el empleo o la salud de aquellas personas a las que no valora. No existe tal cosa como derechos sociales.

La igualdad de los derechos está implícita en el concepto de derecho. Si los derechos son normas universales, normas que se aplican a todos los seres humanos en base a los datos que tienen en común por el hecho real, objetivo, de ser humanos, estas normas son las mismas para todos los sujetos jurídicos –humanos. La igualdad de derechos no es una ficción establecida a conveniencia de cara a un fin colectivo sino la concomitancia metafísica de un código normativo universal. Nadie tiene derechos que no tenga otro. No existe tal cosa como derechos del consumidor o derechos del trabajador.

El hombre necesita un código de valores por las características de su conocimiento, imprescindible para vivir. Hablamos de conceptos. La distinción entre el bien y el mal es conceptual -y objetiva. Para su supervivencia, el hombre necesita valorar, relacionar conceptos con los conceptos del bien y el mal. Todo hombre conoce conceptualizando -la facultad es la razón. Por eso necesita un código de normas, por eso necesita el Derecho. Estos son los únicos derechos que existen: los derechos del hombre, o, dicho de otra forma, los derechos de los individuos.

El hombre está naturalmente dotado de albedrío. La libertad consiste en la posibilidad de elegir entre las opciones dadas al alcance del sujeto, con posibles límites objetivos. Para obrar moralmente, el hombre valora cada posible acción suya frente a una alternativa. No pueden inventarse alternativas de la nada. Un hombre puede elegir entre un elenco limitado de opciones. No basta el deseo o el capricho para aparezca entre los cielos un camino a la felicidad. Si ante ti tienes un vaso de vino, puedes elegir bebértelo o no bebértelo, pero no puedes transmutarlo en zumo de naranja ni puedes al mismo tiempo bebértelo y no bebértelo. Una cosa o la otra. Considerar y valorar todas las opciones mediante un criterio válido es imprescindible para pronunciar un juicio moral válido. La realidad objetiva no es un freno a la libertad. Sí lo es la acción arbitraria de otros hombres contra la esfera privada del hombre.

La destrucción artificial de una o varias de las alternativas reales de un hombre, su obligación a optar por algo determinado, la negación de su elección libre entre las opciones que virtualmente tiene, en suma, la limitación forzada de las posibilidades objetivas del hombre se denomina coerción. La coerción es malvada porque la libertad es condición metafísica de toda evaluación moral. La coerción es la limitación forzosa de lo que el hombre tiene por derecho.

Pero ¿cuáles actos implican coerción? Hay quien considera inmoral la jerarquía económica y el capitalismo, quien considera inmoral utilizar la fuerza contra quien fuma en un bar donde el propietario ha prohibido fumar, y hay quien no considera agresiva la expropiación de ideas. Los tres están equivocados y a estas disensiones responderé en otra ocasión.

Decir que, por gracia de su naturaleza volitiva, sobre el hombre no debe ejercerse coerción, es decir que el hombre tiene derecho natural sobre sí mismo. La regla moral fundamental exigida para la convivencia, ignorada o muy poco respetada, es la siguiente:
no iniciarás la coerción. No es la única regla moral, pero es la única imprescindible para dar lugar a un orden social moralmente correcto. Y tiene dos consecuencias: el derecho a defenderse de las agresiones y amenazas, y el deber de agredir a cada infractor.

Como desarrollos más particulares de esta regla universal, podemos establecer las reglas: a) no matarás; b) no robarás; c) no extorsionarás; d) no cometerás fraude; e) cumplirás lo estipulado en un contrato que tú mismo has acordado; f) respetarás las reglas que otro hombre establece en su propiedad privada.

2 comentarios:

Jorge Castrillejo dijo...

El determinismo es la mayor lacra que tenemos en estos tiempos. El actual Papa, cuando solo era cardenal, ya escribía en contra del determinismo.

Eigen dijo...

Uno de los libros que tengo pendientes para leer a medio plazo es suyo. Por supuesto, para mí solamente tiene valor como pensador, ya que no soy religioso.